domingo, 9 de noviembre de 2008

Sueños

Las palabras desgarradas de una mujer a la que le han arrebatado la posibilidad de amar suenan hace más de diez días en mi casa: resuenan en los pasillos, en las paredes y hasta en mi memoria.
Sus palabras simples, su falta de adjetivos lo hace todo tan sórdido y tan profundo que dan ganas de llorar. La articulación de su voz se deshace en gránulos de dolor y resbala sobre mi piel como si fuera mi propio dolor. Pero ya no lo es.
Los mundos posibles del papel se han vuelto demasiado reales, muy marrones y grises como las ciudades y ya no tengo ganas de reformularlos. Arranco las hojas y comienzo de nuevo tantas veces que ya he desplumadno universos enteros en mis esfuerzos por dejar atrás toda memoria.
Y entonces la noche me alcanza.
Poblada de misterios como pocos lugares, la oscuridad se extiende sobre mi cuerpo tibio y desparrama las criaturas de mi mundo real sobre mis sueños y se vuelven míticos: la selva negra alemana con su frío y su humedad, con sus atrocidades, se alza sublime delante de mí, tras el río que delimita mi pueblito feliz donde aun brilla el sol de la infancia. Pero al cruzar el río, al partir de los Campos Elíseos, las almas insepultas del pasado se abalanzan sobre mí y me piden con gritos de ojos enrojecidos que vuelva a la ciudad, que regrese y hable.
Huyo.
Al volver no puedo hablar, el terror me invade y a corta distancia una niña me observa reprochando mi silencio.
¿Es que puedo acaso hacer más? Ya sé lo que ella responde aunque se calle: sí, podés. Creá esos mundos de papel donde la ausencia y la partida no existan, donde las noches fatídicas sean un oxímoron y en los que el sol de la infancia nunca llegue a alumbrar la selva siniestra.

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