Y uno se lo pregunta, porque necesariamente se lo pregunta: ¿cómo llegan a la publicación los que son de hoja y cartón plastificado?
Paseamos los ojos por las librerías y distinguimos nombres, títulos, encuadernaciones... y talentos. Y ahí la pregunta recrudece: ¿Cómo?
Nadie duda de la necesidad que siempre hubo y habrá de los grandes clásicos, de los fundadores de las literaturas nacionales, de quienes escribieron inluso antes de que hubiera naciones o lectores... Lectores... He ahí la cuestión: los lectores. ¿Qué clase de lector compra literatura? Aquél que bajo ningún concepto puede renunciar al principio del placer, aquél que saborea las palabras y las frases como si fueran perfume, o música. Y al saber esto y evocar la dulce sensación, surge ese monstruo peludo y oscuro por el rabillo de la mente que se escapa cuando queremos puntualizarlo: ¿es que acaso hay en la tierra gente que lee sin prestar atención a la cuidadosa elección de las palabras, a la meticulosa formación de una frase? Sí, señores los hay, porque si no los hubiera, mirando el catálogo de más vendidos, deberíamos decretar la muerte indefectible del buen gusto. Pero aunque no sean mayoría, los buenos resisten... Consuelo de las almas golpeadas por el ruido de las bocinas, por las palabras a tijeretazos de la vida diaria, por las palabras gastadas y descoloridas de tanto uso. Y después está la mayoría. Son éstos la masa informe que deglute recetas para el buen vivir, historias edulcoradas con moralina o experiencias reales de gente común, textos donde lo que importa es el contenido (preparen la soga y consíganme un ejemplar de "Prosas Profanas" para que me acompañe a la tumba). Es ése el momento de la Gran Angustia (sí, con mayúsculas como la Primera y la Segunda Guerra Mundial), cuando nos dicen que son libros de contenido... Pero... Pero...
No, inútil explicar que el ritmo y los sonidos son una parte deleitable del lenguaje, que los centauros de la poesía de Darío son más reales que los personajes de esas historias de gente común, que los poemas de Martí llegan al corazón más que ninguna novela de mujeres, que Shakespeare sabe más del espíritu humano que cualquier neo chamán del buen vivir... Inútil.
Y bajamos la cabeza y nos preguntamos en qué mundo hemos nacido para escribir, cómo es posible tener una vocación anacrónica y el corazón tan lleno de cosas que sólo pueden decirse en determinadas palabras... palabras que ya nadie entiende porque están demasiado acostumbrados a las palabras cotidianas de la gente común y han perdido el gusto por aquellas que sabían evocar la música de los faunos y las risas de las ninfas.
¿Cómo se escribe en un mundo cuyos seres han endiosado lo común, dejando sólo al vate en la selva sagrada? ¿A quién admirar y llamar maestro si las luminarias, agriadas por el descontento de la soledad, nos han abandonado?
6 comentarios:
Me ha encantado este post. Pero no nos hemos de dejar llevar por el desaliento, pues siempre quedarán los clásicos. Quizás no vivamos en una época muy proclive a crear verdadera literatura, pero siempre se crea, siempre hay; tal vez lo veremos dentro de muchos años.
Esto lleva a la pregunta: ¿qué es la literatura? ¿qué es el arte? ¿qué nos lleva a refugiarnos en lo bello? ¿o a crearlo? ¿o a intentar crearlo?
Martikka: no fue mi intenciòn el desaliento, pero a veces se nota n desierto en las librerìas (al menos en BsAs donde ya venden màs cds y DVDs que libros). Solìa tener una librerìa que era mi refugio: la han poblado de libros "baratos" (en tèrminos de calidad) y la han dejado irreconocible..
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
Cuídate.
Chao.
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
Cuídate.
Chao.
Yo pienso que no son palabras, son historias. Cada palabra encierra un secreto.
se escribe, y punto. todo lo demás es superfluo o anecdótico. no se escribe por el mundo, ni para cambiarlo ni se ha de esperar a un mundo confortable para empezar a escribir (escribir nunca fue cómodo, nunca nadie dijo que escribir no sea desdichado). importa poquísimo la adversidad del universo y la indiferencia de las masas ante la necesidad de la escritura.
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