lunes, 17 de diciembre de 2012

La sutileza

A veces, la sutileza cuesta.
No es que uno ande por la vida en un furor constante pero sí vagamos por las calles de la ciudad restringiendo nuestros impulsos a tal punto que si hubiere una provocación, cualquiera, estallaríamos en gestos exagerados.
La sutileza su vuelve, así, una cosa extrañísima porque quién no anda por ahí teniendo bien fuerte las riendas de su deseo... ¿quién?
Es por eso que se nos vuelve casi imposible sostenerle la mirada a quien sabemos nos desea secretamente, o   hablarle a quien odiamos de labios para dentro: porque si hiciéramos el más mínimo gesto, todos los demás lo seguirían. La mirada misteriosa se volvería labios humedecidos por una leve lengua que busca aliento, ojos que se entrecierran y un cuello que se entrega a los besos... Las palabras corteses no podrían contener la ironía acompañada de una mueca delatora y un meneo desenfadado que anticiparía el cachetazo impune...
No, si yo les digo: la sutileza es muy difícil de conseguir estos días.
A veces, cuando me mira desde el mentón hasta el escote, me sonrojo, pero no lo miro. ¿Qué sería de mí si lo hiciera? Y en ese gesto de insufrible e insoportable retraída habita toda mi sutileza: quiera Dios y los astros que nunca ceda.

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